Round #3 - Marzo, Despedida y Lluvia

by - abril 22, 2017





Era 1947, un día cualquiera de marzo. Todos en el pueblo celebraban la llegada de la primavera, más yo con mi incansable voluntad había asistido a los campos de riego de la granja del viejo McBoquen; se suponía que solo debía supervisar el cultivo, tomar una cuantas notas y una foto para el periódico de la escuela.

Pero lo que comenzó como un proyector estudiantil, me llevo a encontrar el amor de mi vida. Rosie McBoquen, seria la mujer con la que pasaría el resto de mi vida y de quien sin darme cuenta me había enamorado solo con haberla visto sonreír.

Los días que siguieron a nuestro torpe encuentro <<digo torpe, porque si hubiera sido solo un poco más valiente le podría haber hablado y así escuchar su angelical voz >>  me la pase constantemente pensando en cuando seria el día en que la volviese a ver. Pues Rosie estudiaba en casa y las únicas ocasiones en donde podría verla seria en el pueblo, en esa vieja tienda de antigüedades a la que le gusta ir de vez en cuando <<ahora se cosas como estas sobre ellas, aparentemente me he vuelto un tanto acosador>>  pero eso era tan poco probable como no mojarse con la lluvia cubriéndose solo con las manos.

Debía idear un plan, un plan para poder encontrarme con Rosie e invitarla a salir; aunque primeramente tendría que platicar con ella y cortejarla, todo eso obteniendo el permiso de su padre <<en ese tiempo las cosas se hacían de ese modo, sin el consentimiento del padre los chicos no tenían alguna posibilidad>>  quien protegía a Rosie como la preciada gema que era. Haría lo fuera para poder siquiera hablar con ella, Rosie me había cautivado y como dice ese viejo poeta, un hombre cautivado es un seguidor nato y fiel;  ese era yo, el seguidor nato y fiel de Rosie.

Su seguidor desde el principio, nuestro principio y nuestro final. Final que dolió más que cualquier otra despedida.

Para aquellos que no habéis comprendido mi historia, dejadme decírselas de manera más clara. Rosie fue el amor de mi vida, la mujer con la que estuve destinado a estar; ella y yo salimos a principios del verano y años después no casamos en una sencilla ceremonia en la granja, nuestra granja.

Tuvimos dos hijos (Lauren y Rogers) a quienes amamos incluso más que a la vida misma. Los hijos crecieron y con el pasar de los años, Rosie y yo envejecimos, como lo hace  el vino en esos grandes barriles. No sé en qué momento las cosas cambiaron o tal vez siempre fue así y nunca me di de cuenta; tal vez el amor que le tenía me cegaba para no darme cuenta de que ella no me amaba como yo lo hacía, e inconscientemente creí que mi amor sería suficiente para ambos.

Rosie no me amo como yo lo hice, yo no fui el amor de su vida; solo fui el hombre con quien se caso y quiso, no amo, ella no me amo. Pero eso, no hizo menos para que yo dejase de amarla, para que de pronto ella dejase de ser el amor de mi vida y convertirse en una desconocida.

Ahora ya no estamos juntos, pero ella es feliz. Y sí, ella siempre fue el amor de mi vida, estuve destinado a pasar el resto de mi vida con ella. Pero no porque ella muriese pronto, fue porque yo lo hice; en un vuelo de chicago a california para ver a mis nietos, el avión en que viajaba presento fallas técnicas a la hora del descenso y se estrelló contra la pista de aterrizaje.

5,07 segundos fue lo que basto para acabar con el 70% de los pasajeros, incluyéndome. Y 1,02 segundos fue lo que me tomo recordar a Rosie y a mi familia, y  darme cuenta como no cambiaría nada de lo que viví.

Era 2016, un día cualquiera de primavera.



Su cara estaba surcada de lágrimas, lagrimas que se confundían con la lluvia que caía sobre su cabeza. Ahí estaba ella, a mitad de la carretera viéndolo partir bajo un manto cristalino.

No había nada que pudiera hacer. Su decisión estaba tomada. No habría borrón y cuenta nueva,  no era ensayo y error, no habría tiempo para segundas oportunidades. Era una rotunda y dolorosa despedida. No podía evitar el hecho de que él quería divergir.

Incluso la luna, algo lúgubre; parecía aceptarlo, iluminando su camino en compañía de las pocas estrellas que adornaban el manto negro azul sobre sus cabezas. Solo quería detener el tiempo. Retroceder en él y volver a vivir los buenos viejos tiempos. Juntos. Evitar a toda costa esta desolada noche de marzo. Triste y afligida.

Solo pedía que no fuese un adiós, sino un hasta luego.

Que los dioses del destino volvieran a unir sus caminos.

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